martes, 8 de abril de 2008

Tener Homer, Tener Bradbury: Tener potra


Los aficionados de Los Simpson recordarán con cariño aquel capítulo en el que Homer salva por pura fortuna a Springfield, Estados Unidos y resto del mundo de una catástrofe nuclear. Cuando se descubrió que sólo la buena suerte había sido el causante de ello, todo el país acabó sustituyendo el clásico “tener potra” por “tener Homer”.

Pues bueno, en esta historia que mi amigo Miguel y el canal Teledeporte me inspiraron a escribir, el afortunado no fue un personaje de dibujos animados. La ficción, en ocasiones, supera la propia realidad. Volvamos al mundo real. Salt Lake City, año 2002. Se juegan los Juegos Olímpicos de invierno. Unos JJOO no necesitan presentación, ya sabemos. Los mejores de cada disciplina luchando por su sueño vital de una medalla, todos los participantes dándolo todo con el mundo de testigo, etc, etc. Precisamente por ser una cita tan importante y que se da solamente una vez cada cuatro años, es difícil ver historias como las que os comentaré a continuación. Es extraño que un título olímpico se atribuya a algo tan intangible como la suerte pero en el caso que os presento, ya os digo, la lógica pinta poco. Steven Bradbury, cara de bonachón, australiano de nacimiento, “tuvo Homer, mucha Homer”.

En la prueba de patinaje de 1000 metros en pista corta, nadie podía imaginar un desenlace similar. Y es que el propio desarrollo de las rondas de eliminación fue de locos. En cuartos, nuestro bravo protagonista, el amigo Bradbury, luchó con todas sus fuerzas para conseguir el pase a las ’semis’. Pero, a pesar de quedar tercero en una serie de cinco patinadores, se quedaba eliminado a las primeras de cambio, despertando así de su sueño olímpico. Ehhh…. un momento, ¿qué pasa?

- ¡Oh, Dios! Marc Gagnon ha sido descalificado por lo que has quedado segundo.

- ¡Yujuuuuuu!

Así es. Steven pasaba por los pelos a la siguiente fase, en la que se codearía con la crème de la crème del patinaje planetario. Pero la prueba tuvo mucho nivel para nuestro héroe, que se limitó a intentar a acabar con dignidad, felicitándose a sí mismo por haber podido llegar, una década después de su debut en los JJOO, a competir al máximo nivel. Tres vueltas para el final, dos, una.

- No, no puede ser. Esta no la desaprovecho, final, ¡allá voyyyyy! ¡Yujuuuuuuuuu!

Había vuelto a ocurrir. Un golpe de fortuna se había cruzado en la vida de Bradbury, que vio cómo tres de sus rivales caían en la última curva, lo justo para permitirle acabar segundo y así poder acceder a la gran final. Todo el mundo empezó a hablar en ese instante de la “potra” del australiano, que sin haber sido uno de los dos más rápidos en cada una de sus series, se había colado entre los cinco más grandes del mundo en su especialidad.

La final respondió al guión de las dos pruebas anteriores. Bradbury seguía a duras penas el ritmo de sus adversarios. La buena noticia es que iba quinto. La mala es que, al haber sólo cinco participantes, esa quinta plaza respondía al último puesto. Y ser último en una final olímpica no es plato de buen gusto. No para el bueno de Brad. En esta vida, cuando eres consciente de tus limitaciones, tienes todo por ganar. Claro que no siempre la fortuna se alía contigo de una manera tan escandalosa como en aquella final olímpica.

Con Brad quinto, el interés de la última vuelta residía en ver los integrantes del podium. Todos contaban con argumentos para la victoria, los cuatro de delante podían aspirar a lo más alto. Pero, caprichos de un destino juguetón y bromista en aquellos días de invierno, en la última curva se produjo una caída masiva. No fueron dos ni tres los accidentados. El número ascendió a cuatro, lo justo para que Bradbury ganara, levantando los brazos casi de manera tímida, sin creerse aún que se había proclamado campeón olímpico. Se había cumplido un sueño… ¿qué importaba que la gente lo achacara a la dichosa fortuna? ¡Yujuuuuu!

Fuente: Buscando un ideal

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